Una tarde en el corral de comedias. Juan de Zabaleta
Juan de Zabaleta (1615-1667) escribió en 1659 una descripción detallada del ambiente en el corral de comedias una tarde de función: El día de fiesta por la tarde. Aprovecha para hacer una sátira de tipos y costumbres. He aquí un fragmento en el que también hay un cierto "tufillo" misógino.
La mujer que ha de ir a la comedia el día de fiesta, ordinariamente la hace tarea de todo el día; conviénese con una amiga suya, almuerzan cualquier cosa, reservando la comida del mediodía para la noche; vanse a una misa y desde la misa, por tomar buen lugar, parten a la cazuela. Aun no hay en la puerta quien cobre. Entran y hállanla salpicada, como de viruelas locas, de otras mujeres tan locas como ellas. No toman la delantera porque este es el lugar de las que vienen a ver y ser vistas. Toman en la medianía lugar desahogado y modesto. Reciben gran gusto de estar tan bien acomodadas. Luego lo verán. Quieren entretener en algo los ojos y no hallan en qué entretenerlos; pero el descansar de la priesa con que han venido toda aquella mañana les sirve por entonces de recreo. Van entrando más mujeres, y algunas de las de buen desahogo se sientan sobre el pretil de la cazuela, con que quedan como en una cueva las que están en medio sentadas. Ya empieza la holgura a hacer de las suyas. Entran los cobradores. La una de nuestras mujeres desencaja de entre el faldón del jubón y el guardainfante un pañuelo, desanuda con los dientes una esquina, saca de ella un real sencillo y pide que le vuelvan diez maravedís. Mientras esto se hace, ha sacado la otra del seno un papelillo abochornado en que están los diez cuartos envueltos, hace su entrega y pasan los cobradores delante. La que quedó con los diez maravedís en la mano compra una medida de avellanas nuevas, llévanle por ella dos cuartos y queda ella con el ochavo tan embarazada como con un niño; no sabe dónde encomendarlo y al fin se lo arroja en el pecho, diciendo que es para un pobre. Empiezan a cascar avellanas las dos amigas y entre ambas bocas se oyen grandes chasquidos, pero de las avellanas en unas hay solo polvo, en otras un granillo seco como de pimienta, en otras un meollo con sabor de mal aceite, en alguna hay algo que pueda con gusto pasarse. Mujeres: como esas avellanas es la holgura en que estáis; al principio, gran ruido, comedia, comedia, y en llegando allá, unas cosas no son nada, otras son poco más que nada, mucho fastidio y alguna hace algún gusto. Van cargando ya muchas mujeres. Una de las que están delante llama por señas a dos que están de pie detrás de las nuestras. Las llamadas, sin pedir licencia, pasan por entre las dos pisándoles las basquiñas y descomponiéndoles los mantos. Ellas quedan diciendo:"¡Hay tal grosería!" Que con estas palabras se vengan las mujeres de muchas injurias. La una sacude el polvo que le dejó en la basquiña la pisada, dispersándolo con el dedo pulgar y el dedo de enmedio. y la otra con lo llano de las uñas, con ademán de tocar rasgados en una guitarra. Tráenlas a unas que están sentadas en el pretil de la delantera unas empanadas, y para comerlas se sientan en lo bajo. Con esto les queda claro, por donde ven los hombres que entran. Dicen la una a la otra de las nuestras:"¿Ves aquel entrecano que se sienta allí, a mano izquierda, en el banco primero? Pues es el hombre más de bien que hay en el mundo y que más cuida de su casa; pero bien se lo paga la picara de su mujer, amancebada con un estudiantillo que no vale sus orejas llenas de cañamones". Una que está junto a ellas, que oye la conversación, les dice:"Mis señoras, dejen vivir a cada uno con su suerte, que somos mujeres todas y no habrá maldad que no hagamos si Dios nos olvida". Ellas bajan la voz y prosiguen su plática [...]
Ya la cazuela estaba cubierta, cuando he aquí al apretador (éste es un portero que desahueca allí a las mujeres para que quepan más) con cuatro mujeres tapadas y lucidas, que porque le han dado ocho cuartos viene a acomodarlas. Llégase a nuestras mujeres y dícelas que se embeban; ellas lo resisten, él porfía, las otras se van llegando descubriendo unos tapapiés que chispean oro. Las otras dicen que vinieran temprano y tuvieran buen lugar. Una de las otras dice que las mujeres como ellas a cualquiera hora llegan temprano para tenerlo bueno, y sabe Dios cómo son ellas. Déjanse, en fin, caer sobre las que están sentadas, que por salir de debajo de ellas las hacen lugar sin saber lo que hacen. Refunfuñan las unas, responden las otras y al fin quedan todas en calma. Ya son las dos y media y empieza el hambre a llamar muy recio en las que no han comido [...] A este tiempo, en la puerta de la cazuela arman unos mozuelos una pendencia con los cobradores sobre que dejen entrar a unas mujeres de balde, y entran riñendo unos con otros en la cazuela. Aquí es la confusión y el alboroto. Levantanse desatinadas las mujeres y, por huir de los que riñen, caen unas sobre otras. Ellos no reparan en lo que pisan, y las traen entre los pies como si fueran sus mujeres. Los que suben del patio a sosegar o a socorrer dan los encontrones a las que embarazan, que las echan a rodar. Todas tienen ya los rincones por el mejor lugar de la cazuela, y unas a gatas y otras corriendo, se van a los rincones. Saca al fin a los hombres de allí la justicia y ninguna torna a tomar el lugar que tenía, cada una se sienta en el que halla. Queda una de nuestras mujeres en el banco postrero y la otra junto a la puerta. La que está aquí no halla los guantes y halla un desgarrón en el manto. La que esta allá está echando sangre por las narices de un codazo que le dio uno de los de la pendencia: quiere limpiarse y hásele perdido el pañuelo y socórrese de las enaguas de bayeta. Todo es lamentaciones y busca de alhajas. Salen las guitarras y sosiéganse. La que está junto a la puerta de la cazuela oye a los representantes y no los ve. La que está en el banco último los ve y no los oye; con que ninguna ve comedia, porque las comedias ni se oyen sin ojos ni se ven sin oídos. Las acciones hablan gran parte, y si no se oyen las palabras son las acciones mudas. Acábase, en fin, la comedia como si para ellas no se hubiese empezado. Júntanse las dos vecinas a la salida y dice la una a la otra que espere un poco, porque se le ha desatado la basquiña. Vásela a atar y echa de menos la llave de la puerta, que iba en aquella cinta atada. Atribúlase increíblemente y empiezan a preguntar las dos a las mujeres que van saliendo si han topado una llave. Unas se ríen, otras no responden y las que mejor lo hacen las desconsuelan con decir que no la han visto. Acaban de salir todas, ya es boca de noche, van a la tienda de enfrente y compran una vela.